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1/8/09

Un agente doble en la Bienal de Venecia.

Instalación de Michelangelo Pistoletto

Daniel Birnbaum, comisario de la gran muestra italiana, acierta con la puesta en escena sin excesos de espectacularidad

Existe una relación inversa entre el crítico y el comisario artístico. Si al primero, en su retiro creativo, se le exige que sea capaz de expresar con pasión y vehemencia su capacidad analítica, el curador por su parte debe mostrarse arriesgado y voluptuoso, con una retórica de alta política y una evidente sociabilidad. Cuando los dos trabajos confluyen en la misma persona, tenemos a un esteta que se deleita más en la profesionalización de su rol que en la individuación de un discurso, y que irremisiblemente se dejará arrastrar hacia la más perversa escrupulosidad. El comisario/crítico se enfrenta así a la verdadera y más voraz imagen de sí mismo. Para librarse de una de las dos personalidades ha de romper el espejo.

El sueco Daniel Birnbaum (1963), filólogo comparatista, excelente crítico de arte y ensayista, rector de la Staedelschule de Frankfurt/Main, director de la Kunsthalle Portikus y con una estimable carrera como comisario de exposiciones, se ha inventado una máscara, la de un agente doble afable y seductor, dotado de una simplicidad popular y con un claro sentido del coup teatral. Si la primera Bienal de Venecia del milenio, dirigida en 2001 por Harald Szeemann, atrajo multiculturalmente el interés de cualquier público, la de Francesco Bonami en su abrumadora 50º edición -en la que también participó Birnbaum como co-comisario- allanó el camino hacia la vacuidad cosmológica del llamado bienalismo, rastreado dos años más tarde desde la muy clásica y poco iluminadora exposición de María de Corral y Rosa Martínez, para volver al principio de realidad del mercado, en 2007, de la mano de Robert Storr. La actual, que suma su 53º edición y que se inauguró el pasado 6 de junio, ha sido ideada por un crítico que prefiere el contexto por encima del texto, por un comisario que pone en escena a sus artistas con la terquedad de un editor y un toque de astucia y reticencia hacia los excesos que marcaron las décadas pasadas. Daniel Birnbaum mantiene hasta el final del recorrido por el Palazzo delle Esposizioni Della Biennale (el histórico Pabellón Italiano), en Giardini, y en las naves del Arsenale su disfraz de agente doble aun cuando podía haberlo desechado mucho antes. Si el texto es el que permite al crítico dar un paso adelante para matar, he aquí, al contrario, una nueva delineación del comisario/crítico obsesionado condramatizar la escena -el contexto- en un discurso articulado aunque intrascendente. Fin de la trama. Fin de los mundos posibles.

MAS INFORMACIÓN: REPORTAJE EL PAIS.

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